Se cumplen cuatro años de la muerte de Fabián Tomasi a causa de agrotóxicos
Era un peón rural y estaba expuesto a los químicos. Había contraído una polineuropatía tóxica severa, además de atrofia muscular generalizada.
El 7 de septiembre de 2018 falleció Fabián Tomasi, un expeón rural que trabajaba como fumigador y estaba en contacto con agroquímicos, entre ellos, el glifosato. Debido a esto, había contraído una polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada. Falleció a sus 53 años, con un peso menor a 40 kilos. Siempre luchó por los derechos humanos frente al modelo del agronegocio.
Trabajaba en la localidad entrerriana de Basavilbaso sin protección. Nadie le había advertido de los riesgos que corría. En 2005, luego de haber sido peón de campo obrero, ingresó a una empresa fumigadora y al poco tiempo, le diagnosticaron la enfermedad.
"Yo tenía que abrir los envases de agrotóxicos que dejaban al costado del avión, volcarlo en un tarro de 200 litros para mezclarlo con agua, y enviarlo al avión a través de una manguera", había contado en una entrevista con Télam.
El periodista y escritor Patricio Eleisegui escribió el libro "Envenenados" sobre los efectos de la salud del glifosato y allí relata la vida de Fabián, quien también fue retratado por Pablo Piovano en su ensayo fotográfico "El costo humano de los agrotóxicos".
En una de sus charlas, Fabían dijo: "Háganme la gauchada de ayudar a las personas afectadas(...) Ya gran parte de la sociedad nos ha dejado solos (...) Si no nos despertamos de esto, no hay futuro. Yo les puedo asegurar que no hay futuro".
A continuación, una carta que escribió Fabián Tomasi para La Garganta Poderosa en marzo de 2018:
"Tengo miedo de morir"
* Por Fabián Tomasi.
Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales. Pero lamentablemente, detrás de sus coloridas luces o debajo de sus majestuosos escenarios, hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas cuatro meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas nueve años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55% de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia...
La más fumigada del país, una de las más envenenadas del mundo.
Nunca participé de ninguna fiesta. Ni antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80% de gravedad: afecta todo mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa. Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar.
Tengo miedo de morir.
Quiero vivir.
Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor.
Yo no quiero ahogar mis palabras.
Quiero gritar.
Muchas provincias del litoral son arrasadas por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso, cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar por el aire que respiramos. ¿Entienden? No todo es brillantina y diversión en lugares como San Salvador, el "Pueblo del Cáncer", donde la mitad de las muertes derivan de la misma causa. Allí, el carnaval nunca llega... Y sí, recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario. Pero ya no basta con decir "Fuera Monsanto", porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte...
No son empresarios, son operarios de la muerte".