China da testimonio de su apuesta por la sostenibilidad
China ha alcanzado un logro monumental al rodear el desierto de Taklamakán, uno de los más grandes e implacables del mundo, con un cinturón verde de 3,050 kilómetros, implementando avanzadas tecnologías de control de arena alimentadas por energía solar, en busca de mitigar los devastadores efectos de las tormentas de arena, proteger la infraestructura clave, mejorar la estabilidad ecológica en la región e impulsar su desarrollo socioeconómico.
Domar y contener los desiertos se ha convertido en una prioridad en algunas partes del mundo. Un ejemplo es el desierto del Sahara, que en el norte de África que devora más de 7.500 kilómetros cuadrados (km²) cada año, siendo hoy un 10% más grande que hace 100 años. Durante casi medio siglo, China ha combatido el avance del desierto con una barrera viviente tan extensa como la Gran Muralla, finalizando en este año una campaña de 46 años para rodear de árboles su mayor desierto, como parte de los esfuerzos nacionales para acabar con la desertización y frenar las tormentas de arena que asolan partes del país durante la primavera. Para solucionarlo, ha emprendido el proyecto de reforestación más grande del mundo: un "cinturón verde" de unos 3.000 km alrededor del desierto de Taklamakan, conocido como el "Mar de la Muerte" (el 85% de sus 337.600 km² son dunas).
Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la desertificación lleva años acelerándose en todo el mundo. Un fenómeno que ha crecido especialmente durante el siglo pasado y este, afectando sobre todo a las áreas propensas a ser áridas, semiáridas y con climas secos.
En total, la Tierra ha perdido un tercio de su tierra cultivable. ONU alerta: el 77% de la Tierra es más árida que hace 30 años, representando la desertificación una "amenaza existencial global", un fenómeno agravado por el cambio climático. La transformación de tierras fértiles en desiertos áridos, causada tanto por factores naturales como por actividades humanas como la agricultura insostenible y la deforestación, también amenaza a regiones inesperadas. Países europeos como Portugal, España, Italia y Grecia podrían ver algunas de sus zonas semiáridas convertidas en desiertos durante este siglo.
Uno de los países más afectados es China, ya que el 27,4% de su superficie es desierto, afectando a 400 millones de personas. El norte de China tiene una larga historia de sequía, los Himalayas, que atraviesan el centro-oeste del país, crean una sombra de lluvia sobre la frontera norte del país con Mongolia, lo que impide que las precipitaciones lleguen a la región, por lo que las cifras de precipitación anual son de entre 100 y 250 milímetros (mm) en comparación con los 1500 mm de China continental. El resultado son los desiertos de Taklamakán y Gobi, que tienen un tamaño combinado de más de 1.6 millones de km².
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Estos desiertos se están expandiendo rápidamente. Cada año, el desierto de Gobi pierde alrededor de 3600 km² de pastizales de China, así como 2000 km² de tierra vegetal. Esto no solo dificulta la agricultura en estas regiones, sino que esta desertificación tiene el efecto de arrastrar polvo por todo el país y hacia las ciudades de la costa este. Se ha culpado a este polvo, junto con la contaminación industrial, de crear niveles peligrosamente altos de contaminación del aire en Beijing, ya que puede atrapar partículas a nivel del suelo. Cada año las tormentas de arena se comen 2300 km² de tierras agrícolas en el país asiático. Las tormentas de arena primaverales del desierto de Taklamakan y el Gobi no solo afectan a China la península de Corea y hasta a Japón, sino que sus partículas fueron detectadas al otro lado del Pacífico, en Norteamérica.
Para frenar la amenaza de la desertificación, China puso en marcha en 1978 un ambicioso proyecto: la "Gran Muralla Verde". Se trata de la iniciativa de reforestación más grande del mundo, que se espera que continúe hasta 2050. El objetivo primero era frenar la expansión del desierto de Gobi y proporcionar madera a la población local. Ahora, el Gobierno se ha propuesto otros planes, como plantar un "muro" de árboles que se extenderá alrededor de 4500 kilómetros de largo en varias ciudades. El Gobierno chino se muestra muy optimista con los resultados de este proceso a largo plazo, afirmando que hasta el momento se han estabilizado miles de dunas en movimiento y la frecuencia de las tormentas de arena en todo el país se redujo en una quinta parte entre 2009 y 2014: sólo en Beijing se redujeron en un 70% entre 2008 y 2018. Según un estudio publicado en la revista Ecological Processes por parte de científicos del Instituto de Ecología Aplicada de la Academia China de Ciencias, las áreas boscosas han aumentado en 158.051 km2.
La "Gran Muralla Verde" o, más formalmente, el Programa de Bosques Protectores de los Tres Nortes o "Cinturón de Abrigo de los Tres Nortes", consiste en realidad en franjas y parches de árboles plantados en amplias franjas a lo largo del norte de China. Estos árboles actúan como cortavientos contra las tormentas de polvo que soplan con frecuencia en la zona desde los desiertos de Gobi y Taklamakán; tormentas que rompen el suelo y reducen la capacidad agrícola de la zona. Los árboles también se utilizan para estabilizar las dunas de arena en algunas zonas y se colocan capas de grava para estimular el restablecimiento de una costra del suelo. La plantación de estos árboles comenzó en 1978 y está previsto que concluya en 2050. Se calcula que para entonces el cinturón de árboles del programa tendrá una extensión de 4.500 km, albergará 100.000 millones de árboles y será el mayor proyecto de ingeniería ecológica del mundo. El "muro" ya es el bosque artificial más grande del mundo.
Según informa la agencia de noticias Xinhua, y se hace eco IFLScience, la "Gran Muralla Verde" ha sido creada mediante la plantación masiva de especies arbóreas resistentes a la sequía, como sauces rojos, saxaules, álamos de Éufrates, cedro salino y fabáceas, entre las que sobresale el guanacaste u oreja de elefante (Enterolobium cyclocarpum) originario de Centroamérica y norte de Sudamérica, junto con árboles medicinales como el Jacinto del Desierto, en una franja que bordea el sur del desierto de Taklamakán, en la región autónoma Uigur de Xinjiang, al noroeste de China. El objetivo es crear una barrera ecológica que frene el avance de las arenas y las tormentas de arena, las cuales causan graves daños a la agricultura, a las infraestructuras de la región y a la salud de sus habitantes. Hasta el momento, se han plantado unos 66.000 millones de árboles en más de 300.000 km² por un ejército de 600.000 trabajadores, con la ambición de alcanzar los 4 millones de km² en 2050.
Los resultados ya son palpables. Según el gobierno chino, la cobertura forestal del país ha aumentado del 10% en 1949 a más del 25% en 2023. En la región de Xinjiang, en particular, la cobertura forestal ha pasado del 1% al 5% en los últimos 40 años. Según los investigadores, el proyecto de reforestación ha creado un importante sumidero de carbono que es capaz de absorber el 5% de las emisiones industriales totales de dióxido de carbono (CO2) de China entre 1978 y 2017.
Según el medio chino CGTN, actualmente hay distritos que han reducido de 150 días a 50 días al año las jornadas en las que las tormentas de arena eran un problema. Ahora, la idea es realizar labores de mantenimiento en esas nuevas redes forestales para garantizar su supervivencia y, por tanto, la protección de las tierras de cultivo y huertos.
China también está avanzando en energía renovable en la región. En simultáneo, hay planes para sacar partido al desierto ya contenido. La compañía china Three Gorges Renewables Group Co. anunció hace unas semanas una inversión de unos 10.000 millones de dólares (US$) para construir un conglomerado de plantas energéticas que permitirá generar 8.5 gigavatios (GW) de energía solar, 4 GW de energía eólica. Este esfuerzo posiciona al Taklamakán como un epicentro de energía limpia, contribuyendo a los objetivos de sostenibilidad del gigante asiático.
Todo ese esfuerzo forma parte de una estrategia de China para extender la superficie natural en el país. Además de la Gran Muralla Verde, han puesto en marcha otras medidas como una serie de leyes para devolver parte de las tierras de cultivo y de pastos a los bosques y praderas. Y eso les está costando ingentes cantidades de dinero. La inversión en reforestación rondó los 70.000 millones de euros en los 5 primeros años de la década de 2010, según el informe Green is Gold de la ONU, Para financiar el costo se han incrementado las sanciones a empresas que practiquen la deforestación.
Con todo ello, el gigante asiático amplió su superficie de forestación en 32 millones de hectáreas (ha) gracias a este programa y prevé que la superficie abarque 4 millones km² más en 13 regiones de nivel provincial para 2050, lo que representa el 42.4% de la superficie terrestre total del país. Además, la tasa de cobertura forestal de las zonas incluidas en el programa aumentó del 5.05 % al 13.84 %, del mismo modo que garantiza la protección de unos 30 millones de hectáreas de tierras agrícolas.
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El director de la Oficina de Silvicultura y Praderas de Xinjiang, Tuhti Rahman, aseguró que la franja verde protegerá la estabilidad de la producción agrícola, mejorará el entorno urbano y promoverá el desarrollo económico y social de la región autónoma. Mientras que el subdirector de la Oficina de Silvicultura y Praderas de Hotan, Luo Aike, aseguró que la combinación de energía fotovoltaica y agricultura ofrece un nuevo modelo para el control y la fijación del desierto en la prefectura, principalmente en las zonas alejadas de los oasis.
Además, en el distrito de Qiemo se inicializó un robot inteligente desarrollado localmente para trasplantar la vegetación en el desierto. El robot recorre la zona mediante rutas preestablecidas, sobre las cuales cava hoyos y siembra plántulas, lo cual logra una eficiencia mayor que la de la plantación manual tradicional.
Luo afirma que la franja verde se ampliará aún más y señala los esfuerzos necesarios para promover el desarrollo de las industrias relacionadas con el desierto para beneficiar a los habitantes locales. En una zona adyacente al desierto, en el distrito de Minfeng, se sembraron varios tipos de plantas, entre ellas el tamarisco, en tableros de paja. Los lugareños también injertan el cistanche, una hierba medicinal tradicional china que crece en los desiertos, en los árboles de tamarisco, para obtener ingresos adicionales.
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La construcción de barreras ecológicas, servirá también para proteger infraestructura crítica como carreteras y el emblemático ferrocarril Hotan-Ruoqiang, inaugurado en 2022, es el primer sistema ferroviario en rodear completamente un desierto.
Este enlace de 2712 kilómetros conecta ciudades desérticas, facilitando la distribución de productos locales como nueces y dátiles rojos hacia todo el país. El cinturón verde del Taklamakán no solo combate los efectos del cambio climático, sino que también redefine cómo las regiones áridas pueden aprovechar recursos naturales para generar desarrollo económico y proteger el ambiente. Este proyecto ejemplifica el compromiso de China con la sostenibilidad y la tecnología ecológica, marcando un precedente para el mundo.