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Populismo: lo bailan el Tío Sam y las Mamushkas

La diversidad de experiencias contrapuestas bajo el rótulo "populista" conlleva a repensar la vigencia del término.

Dra. en Ciencias Sociales UBA. Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Kennedy. Investigadora, docente y escritora.

El populismo, con sus múltiples acepciones y matices, se ha vuelto un "sentido común" pseudo-académico y periodístico que es interesante revisar. En su primera acepción histórica, el populismo nace con el movimiento de los "narodnikis" en la Rusia del S.XIX y en EEUU con el "American Party" rural hacia la misma época. Y hoy, parece volver a surgir en las mismas latitudes con un fuerte tono retórico de lo popular, como afirma Roger Chartier. Los procesos sociales, una vez más, vienen a cuestionar la validez de nuestras etiquetas.

¿Acaso el actual gobierno del presidente Trump no podría ser calificado como un gobierno populista a lo WASP (blanco, anglosajón y protestante)? Aunque apoyado mayoritariamente por los latinos de Florida, Donald levanta su voz y su furia contra todos aquellos calificados como "diferentes", buscando eco en el resentimiento de las clases medias blancas empobrecidas por los efectos de la globalización, haciendo suyo el viejo y efectivo lema "América para los Americanos". 

Donald Trump (Foto: Pixabay)

Erigiéndose como "la voz del pueblo" no escuchado por los medios masivos de comunicación, de los pueblos rurales que lo votaron masivamente, desilusionados y desesperados ante la evaporación del american way of life, aquellos a los que no inspira la audacia de la esperanza, la idea de cierta comunión de razas y clases predicada por el Partido Demócrata y la voz del ex presidente Barack Obama. 

Vladimir Putin, por su parte, con sus fuertes expresiones homofóbicas y el ensalzamiento de los denominados "valores tradicionales" en "defensa de la identidad rusa" -como si esto fuera posible en algún singular- ¿no es acaso un presidente populista?

Vladimir Putin, presidente ruso (Foto: Pixabay)

¿Qué elementos caracterizan a los populismos además de una evidente polisemia y fuertes contradicciones? La constitución de una nueva forma de hegemonía, liderazgos ejercidos mediante una vinculación directa con las masas, una lógica política que extrema antagonismos, una épica redentora y permanentes tensiones dicotómicas en sus múltiples variantes, son algunas de sus características distintivas. 

Partiendo de la tríada clásica posterior a la crisis de de 1930, peronismo en Argentina, varguismo en Brasil y cardenismo en México -mutaciones mediante- el populismo parece haber migrado, volviendo a los países centrales como Rusia y EEUU incluyendo el folclórico liderazgo personalista marcado por híper-presidencialismos poco amigos de las instituciones cívicas, que de modo dualista, conciben a la sociedad como un campo de batalla entre los que están con ellos, "el verdadero pueblo" y "los demás obstáculos": ¿Quién queréis que gobierne América, la clase política corrupta o la gente?, se preguntaba Trump la noche preelectoral.

Eva Duarte llora y abraza a Juan Perón (Foto: Wiki Commons)

La diversidad de experiencias contrapuestas bajo el rótulo "populista" conlleva a repensar la vigencia del término. ¿Será acaso como afirma Ezequiel Adamovsky, el populismo como concepto para entender la realidad se ha extinguido? ¿O por el contrario, se está extendiendo como fenómeno global y no se trata simplemente de un síntoma político latinoamericano? Al "populismo" actual le falla el GPS: ya no sitúa geografías políticas (centro-derecha-izquierda-norte-sur) pero sí define estilos políticos, postulaciones retóricas y prácticas políticas dicotómicas. Lejos de las connotaciones meramente positivas, a lo Laclau, o sus múltiples variantes peyorativas, experiencias tan diversas como la fuerza política española "Podemos", o el Front Nacional de Marie Le Pen en Francia, son calificados como "populistas". Lo que nos permite abrir el gran angular y rever los rótulos, tanto positivos cuanto negativos, de las diversas experiencias políticas latinoamericanas.

Sobre este multifacético fenómeno global, lo que queda claro es que el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la ampliación de la participación ciudadana son interesantes caminos a ser transitados. En el caso particular de Argentina, con sus complejidades, defectos y virtudes es interesante resaltar los últimos treinta y cinco años de continuidad democrática, signo de una interesante madurez política.

El populismo no es un patrimonio latinoamericano. Aggiornado a la época, hoy lo bailan el Tío Sam y las Mamushkas. Por su génesis en las profundidades de los territorios rurales norteamericanos y rusos, mantiene sus características extractivistas y no se compromete con la sustentabilidad y el cuidado del ambiente.


*La primera versión de este artículo fue publicado Dossier Aniversario de la Revista Debate en julio 2017.

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