Contaminación digital: el gran impacto ambiental que todos pasamos por alto
El periodista y documentalista francés Guillaume Pitron declaró en su último libro "un celular no pesa 150 gramos sino 150 kilos". La materialidad invisibilizada por los grandes de la industria tiene efectos nocivos para el ambiente. Entre ellos: el uso diario de unas 60 piscinas olímpicas para fabricar un chip. ¿Qué pasa con las redes sociales, somos cómplices?
Guillaume Pitron es periodista, documentalista y especialista en materias primas y metales raros utilizados para fabricar herramientas digitales. Ha publicado los libros de investigación La guerra de los metales raros. La cara oculta de la transición energética y digital (2018) y recientemente, L'enfer numérique. Vogaye au bout d'un like (El infierno digital. Viaje al final de un me gusta).
En esta última obra, publicada por la editorial Les Liens qui liberènt, en septiembre de 2021 y hasta el momento sin disponibilidad en español, el autor francés demuestra que el mayor problema de lo digital es que se invisibiliza su impacto ecológico y afirma "un celular no pesa 150 gramos sino 150 kilos". ¿Qué hay detrás de semejante frase?.
Hace años, para cubrir las mismas funciones que hoy realizamos con un teléfono inteligente, necesitábamos un teléfono más una cámara, una videocámara, un grabador, una agenda y la lista continúa. En un primer momento, podríamos pensar que hay una ganancia material, ya que el teléfono ahora lo hace todo con la ventaja adicional de que cabe en un bolsillo. Pero, ¿realmente es así?
Este dispositivo tan pequeño y cada vez más complejo es el resultado de una cadena de producción que, si se analiza detenidamente, tiene una inmensa materialidad. Las tecnologías digitales requieren el uso de metales raros muy diluidos en la corteza terrestre que deben extraerse sacando mucha roca (y no somos ajenos a los problemas que presenta la minería a gran escala).
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El chip, uno de los componentes tecnológicos más pequeños que existen, es el testimonio palpable de esa materialidad. Se necesitan más subcontratistas para fabricar un chip que para fabricar un Boeing 747. Se emplean 32 kilos de material para un chip de 2 gramos, proporción de 16.000 a 1. También es muy llamativo el consumo de agua que tienen las fábricas de microchips. Este año Taiwán, país productor de microchips, experimenta una de las peores sequías de su historia. El agua está siendo transportada a las plantas en camiones cisterna y no es poca la necesaria. Según reconoció Taiwán Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), líder mundial de esta industria, la empresa utiliza 156.000 toneladas de agua diarias en la producción de sus chips: unas 60 piscinas olímpicas.
Para enviar un simple me gusta, además de una inmensa cantidad de agua y minerales, estamos haciendo uso de una de las infraestructuras más grandes jamás construidas por el hombre, un reino de hormigón, fibra y acero, un inframundo formado por centros de datos, represas hidroeléctricas y centrales eléctricas de carbón.
La contaminación digital es colosal y es incluso la que crece más rápido. Sin embargo, no existe un consenso oficial sobre cuán grave es el daño. Hay dos posiciones extremas. Por un lado, el lobby digital europeo realizó su propio estudio, denominado Smarter2030. Afirma que la tecnología digital tendrá de 10 a 15 veces más efectos beneficiosos para el medio ambiente que sus consecuencias negativas. Según el informe, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) podrían llevar prosperidad sostenible a todos los rincones del mundo dentro de los próximos 15 años. Muestra que cuanto más rápidos, baratos y disponibles mundialmente son los smartphones, sensores en red, redes eléctricas inteligentes y otros dispositivos; más aumenta su potencial para generar profundos beneficios medioambientales, económicos y sociales.
En el otro extremo, se encuentra el informe del Proyecto Shift, un proyecto Erasmus financiado por la Comisión Europea, que concluye que el daño es más severo que los efectos beneficiosos. Este informe señala que el consumo mundial de energía de la economía digital crece a un ritmo muy rápido (alrededor del 9% anual) con un empeoramiento de la eficiencia energética, a diferencia de la mayoría de los sectores económicos. Concluye abogando por la sobriedad digital para minimizar la mayor parte del impacto de este crecimiento.
En consecuencia, nadie sabe a ciencia cierta la dimensión del impacto, nadie se pone de acuerdo sobre el costo ecológico de un video, un correo electrónico, una selfie o un "me gusta". Parece algo imposible de creer en la era de la información. Tal vez no se quiere saber porque nos afecta a todos. ¿O acaso alguien quiere pensar que el culto a la inmediatez, al acceso a todo, todo el tiempo, tiene un costo material? ¿Aceptaríamos que una página web se cargue en tres segundos más de lo que toma actualmente? ¿Aceptaríamos que internet no estuviera siempre disponible o que nuestras casillas de correo no estuvieran respaldadas?
Hoy Internet no puede detenerse. Esperamos una continuidad del servicio. El operador nos garantiza que su centro de datos funciona casi todo el tiempo. Para ello, debe tener varias conexiones eléctricas a la red, para que, si una se daña, otras se hagan cargo. Se necesitan generadores de electricidad que funcionen con diésel para que, en caso de una falla múltiple de las tomas eléctricas, haya un respaldo. Y si, a pesar de todo esto, el centro de datos se avería, se necesita de un centro de datos espejo que contiene exactamente los mismos datos y se hace cargo para que Internet nunca se detenga. La redundancia de la infraestructura es la condición misma de la inmediatez. Es así como terminamos con un sistema de mensajería Gmail que se almacena seis o siete veces, en varios centros de datos, en varios lugares diferentes del planeta. Esta redundancia provoca un derroche gigantesco de electricidad, agua para enfriar los servidores, materias primas, etc.
Por esto mismo, comenzó una carrera enloquecida entre las empresas digitales que despliegan su poder financiero e innovador para optimizar y "ecologizar" internet y las redes y comunidades que creen posible una alternativa digital más sobria, responsable y respetuosa con el medio ambiente.
Pitron sostiene: "La contaminación digital está poniendo en peligro la transición ecológica y será uno de los mayores desafíos de los próximos treinta años". Con el objetivo de generar conciencia, se dirige a los jóvenes de la "generación climática" y los acusa de estar luchando por el medioambiente por medio de hashtags. El mundo digital se presenta como algo intangible, cómodo, que brinda sensación de independencia e incluso de rebeldía a quien lo utiliza, ocultando así las consecuencias de pertenecer. Los problemas "reales" de contaminación como uso de combustibles fósiles, aviones, consumo de carnes, desechos plásticos, son abordados desde activismos digitales y tecnología digital.
Hay una intencionalidad clara en quitarle realidad a la tecnología digital y mostrarla como existente solo en el mundo de la virtualidad. Se nos hace creer en esta inmaterialidad de muchas maneras. En 1996, John Perry Barlow escribió la Declaración de Independencia del Ciberespacio. Con un espíritu libertario, los teóricos pioneros de la red la pensaron separada de la materia, liberada de las limitaciones físicas y políticas del mundo real. Esta idea se repite con el concepto de nube. Es un concepto engañoso, la nube no es etérea, no está concebida en el cielo, sino en la tierra. Los diseños de los productos electrónicos aportan su grano de arena. Steve Jobs para diseñar su iPhone se inspiró en un templo budista zen. Las estéticas limpias y refinadas nos llevan a cometer el error de identificar a los productos tecnológicos con productos limpios. La facilidad de su uso hace difícil adivinar la complejidad de las estructuras que les permiten operar.
La materialidad es oculta celosamente por los gigantes de la red. Pitron cuenta que visitó los centros de datos de Facebook. Están ubicados en el norte de Suecia, en Laponia. Una vez en el sitio, le sorprendió que ya no se hablara de Facebook, Facebook no se ve ni se nombra, se ha hecho intocable literalmente y quizás también en sentido figurado. Los centros son muy discretos, apenas se ve la marca Facebook en ellos. Es visible en todas partes de la web, pero casi invisible en el mundo real. Esta estrategia de invisibilización es también la de Amazon y Apple. No se ve su infraestructura. Sin embargo, el día que Facebook lanzó su centro de datos duplicó el tráfico de Internet entre Suecia y el resto del mundo. Es uno de los actores económicos más importantes de la región, pero, aparentemente, logró ser olvidado.
La historia digital nos cuenta que, gracias a la tecnología digital, podremos seguir extendiendo los beneficios del capitalismo y que, al ser virtual, seguiremos teniendo un crecimiento sin consecuencias para el medio ambiente, sin problemas ligados a la finitud de los recursos. Esta idea permite que el sistema sobreviva.
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Existe una trágica ironía en que la contaminación no emitida en las aglomeraciones urbanas gracias, por ejemplo, a los vehículos eléctricos, se desplace hacia las zonas mineras de donde se extraen los recursos para fabricarlos. O en hacer campañas digitales para luchar contra la contaminación ambiental ignorando la que generan esas acciones. La transición energética y digital parece suponer una transición para las regiones privilegiadas, a medida que se descontaminan las ciudades, donde hay más dinero, el impacto se traslada hacia zonas más miserables, ocultas a las miradas inquisidoras. En este sentido, el nuevo modelo energético es terriblemente perverso.
Es necesario tomar un tiempo de reflexión y tratar de responder a una gran cantidad de interrogantes ¿Cuáles serán las tecnologías que apoyaremos en el futuro? ¿Tecnologías fabricadas con qué tipo de procesos y con qué materiales? ¿Cómo reduciremos el consumo eléctrico? ¿Podemos imaginar un futuro digital sobrio?
La sobriedad comienza con las interfaces, responsables de la mitad de la contaminación digital en la actualidad. También está el problema de la obsolescencia. Si conservamos el teléfono o la computadora el doble de tiempo, reduciríamos a la mitad su costo ecológico. Y luego está la cuestión de los datos en sí. Se necesitan sitios más optimizados, con menos anuncios y videos, para usar menos ancho de banda; limpiar la casilla de correo electrónico, las fotos. Hay una ecología de datos completa en la que pensar. Finalmente, hay aspectos más sistémicos, más políticos: ¿queremos que Internet siga siendo completamente libre, como lo es hoy, o le pondremos límites o prohibiciones? ¿Permitiremos el consumo desregulado o alentaremos uno que permita solo la producción de datos esenciales a riesgo de cometer liberticidio?