Mientras los ricos aumentan sus fortunas, los Estados son cada vez más pobres
El número de multimillonarios alcanzó un nuevo récord en 2020, ascendiendo a 2189 frente a los 2158 de 2017.
La recesión económica global producida por la pandemia de coronavirus no ha afectado a todos por igual. Mientras millones de personas han perdido su empleo o luchan por subsistir gracias a la asistencia del Estado, el número de multimillonarios ha alcanzado un nuevo récord en 2020, ascendiendo a 2189 frente a los 2158 en 2017.
Un informe elaborado por el banco suizo UBS sobre las fortunas de 209 multimillonarios, señala que los mismos han visto su riqueza incrementada en un 27,5% bajo la actual crisis mundial. Este ha sido el caso de Jeff Bezos, fundador de Amazon y el hombre más rico del planeta. De acuerdo al índice de multimillonarios de Bloomberg, la fortuna de Bezos aumentó en más de 78.000 millones de dólares desde la irrupción del coronavirus, alcanzando la cifra total de 194.000 millones de dólares. Si bien este incremento puede deberse al aumento exponencial del consumo en línea bajo la pandemia, lo cierto es que muchos otros individuos ultra ricos han aumentado considerablemente su patrimonio en medio de la peor crisis económica desde la gran depresión de 1929. Por ejemplo, Elon Musk, director de compañías de fabricación aeroespacial y de autos eléctricos, ha desplazado del tercer lugar en el ranking al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, gracias a un incremento superior a los 77.000 millones de dólares durante 2020, alcanzando un patrimonio total de 105.000 millones.
Así, la fortuna total de estos súper millonarios asciende a la estratosférica suma de 10,2 billones de dólares, reflejando un aumento considerable en relación a los 8,9 billones en 2017. El incremento se debe a la compra de acciones en los mercados bursátiles mundiales cuando éstos se encontraban en su punto más bajo por las medidas de cuarentena en marzo y abril. Desde entonces, la mejora en el valor de las acciones, sobre todo de las compañías de tecnología, ha premiado con importantes dividendos a aquellos que apostaron a su recuperación.
La acumulación extrema de riqueza en manos privadas plantea serios interrogantes en torno a la sustentabilidad social del actual modelo productivo y de negocios a escala global, sobre todo porque la concentración de la riqueza parece constituir la contracara inexorable del crecimiento económico y la innovación tecnológica. De este modo, la economía globalizada revela una paradoja sobre la manera en que la creciente concentración del mercado y la acumulación de riqueza en manos de un número relativamente pequeño de individuos y compañías transnacionales, promueve la desigualdad.
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El último Informe sobre la Desigualdad Global señala que el incremento de la desigualdad de riqueza al interior de los países ha potenciado el crecimiento de la desigualdad de riqueza a escala global desde 1980. Esto explica, a su vez, por qué la proporción de riqueza controlada por el 1% más rico del mundo pasó desde entonces de 28% a 33%. En cuanto a los ingresos, se señala que el 1% de las personas de mayores ingresos en el mundo recibió el doble que el 50% más pobre, incluso a pesar de que este último grupo experimentó importantes tasas de crecimiento. En relación a este punto, el caso de los Estados Unidos resulta paradigmático por ser la mayor economía del mundo. En 1980, el 10% de la renta nacional de este país correspondía al 1% de la población de mayor ingreso, al igual que en Europa Occidental. En 2016, el 1% de los norteamericanos disponía del 20% de la renta nacional, mientras que en Europa Occidental ascendió al 12%.
Si bien la concentración de la riqueza a nivel mundial ha venido avanzando en paralelo a la reducción de la extrema pobreza, el ritmo de esta última se ha desacelerado en años recientes según las Naciones Unidas. Sumado a los efectos económicos producidos por la pandemia, esta tendencia sólo augura una profundización de la desigualdad dentro de los Estados y entre estos últimos. Este escenario sombrío interpela a la comunidad internacional sobre la necesidad de repensar ciertos axiomas del modelo capitalista, dado el creciente malestar del ciudadano ante la desigualdad producida por el impacto de la globalización económica. Este malestar es a menudo considerado como una fuente potencial de conflicto social, en tanto puede incentivar el nacionalismo, la xenofobia y el menosprecio de las instituciones democráticas. Estas amenazas a la estabilidad social legitiman el rol del Estado en la redistribución de la riqueza como medio de resolución de la desigualdad y promoción del desarrollo sostenible.
El problema es que la concentración de la riqueza en manos de agentes privados se produce a expensas de la riqueza pública, reduciendo la capacidad del Estado para desempeñar este rol social clave. Desde la década de 1980, la riqueza neta pública (es decir, activos menos deuda pública) se ha contraído en prácticamente todos los países, evidenciando el empobrecimiento del Estado frente al enriquecimiento de privados a una escala que resulta no sólo éticamente cuestionable sino socialmente destructivo. Una de sus principales causas ha sido la progresiva desregulación de la economía y las políticas fiscales que, bajo la necesidad de atraer inversiones, debilitaron la capacidad del Estado para redistribuir ingresos y mitigar la desigualdad. Por su parte, la innovación tecnológica incrementa la productividad, pero lo hace a costa de sustituir muchas de las tareas tradicionalmente realizadas por trabajadores no calificados, mientras que actúa como un complemento de los trabajadores calificados. Esto promueve las disparidades de ingresos, ya que el trabajo calificado es recompensado en detrimento del no calificado.
Sin embargo, una consecuencia alentadora de la concentración de la riqueza y la desigualdad es el creciente empoderamiento de la sociedad civil para evaluar críticamente y controlar los procesos de decisión pública. Pero la desigualdad no sólo suscita preocupaciones y reclamos de bienestar social por parte de la sociedad civil, sino que también puede limitar el crecimiento económico porque las oportunidades creadas por el proceso de globalización pueden no aprovecharse plenamente. Esto significa que la sustentabilidad de la globalización económica también depende del amplio apoyo de la sociedad civil en la medida en que ésta no se vea afectada negativamente por el aumento de la desigualdad. La clave es el Estado. Aunque resulte contradictorio, las crecientes demandas de los movimientos sociales modernos pueden incentivar el fortalecimiento del Estado en tanto buscan reequilibrar la relación entre éste y la sociedad civil.
Si bien el código genético de la sociedad civil tiende a negar la primacía del Estado, sus reclamos hacia éste legitiman tácitamente su rol en la resolución (aunque a veces imperfecta) de los antagonismos políticos y socio-económicos en el propio seno de la sociedad civil. Este ha sido el recorrido histórico del Estado moderno. En este sentido, el principal riesgo en la actualidad es que en el contexto de la crisis económica por el coronavirus, las demandas de la sociedad civil sean canalizadas a través de la violencia antes que los mecanismos institucionales de un Estado empobrecido puedan ser capaces de hacerlo.