La comunidad indígena chilena que se enfrentó a la salmonera que arrasa sus océanos, y ganó
Los Kawésqar, de la región chilena de Magallanes, obtuvieron una importante victoria legal después de años de lucha contra la industria salmonera.
Después de años de dura lucha, la Justicia chilena falló a favor de las comunidades indígenas de la región de Magallanes, uno de los refugios de la biodiversidad chilena.
En febrero de 2021, las comunidades Kawésqar y las organizaciones que apoyan la defensa de sus tierras y mares obtuvieron una importante victoria legal en la Corte Suprema de Chile. Con la ayuda de Greenpeace, la Asociación Interamericana por la Defensa Ambiental (AIDA) y la Fiscalía del Medio Ambiente (FIMA), lograron que la Corte Suprema anulara el permiso ambiental que había sido otorgado a una empresa salmonera. Al fallar, la Corte reconoció que la evaluación ambiental del proyecto no tuvo en cuenta a las comunidades locales.
Mirá también: América Latina apura leyes para prohibir los plásticos de un solo uso
Un precedente que sienta las bases para nuevos reclamos ambientales. Hasta la fecha existen 130 concesiones para empresas salmoneras en la región de Magallanes, según los datos oficiales de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura.
La lucha Kawésqar por recuperar su historia
Todo comenzó en 2016, cuando la empresa Sealand Aquaculture presentó un proyecto de cría de salmones en etapa juvenil en el Lago Balmaceda, al sur de la ciudad de Puerto Natales, donde ya existen algunas pisciculturas instaladas. Los salmones, después de alcanzar 250 gramos de peso en el lugar de cría, en agua dulce, son enviados a los centros de engorde ubicados en el mar de la Región de Magallanes.
La idea del proyecto fue ubicar el centro de cría en la comuna de Puerto Natales, la cual es parte del territorio ancestral del pueblo Kawésqar, una comunidad originaria que solía vivir principalmente de la pesca y de la caza de lobos marinos. Después de dos años de lucha, en el 2018, el Tercer Tribunal Ambiental rechazó los reclamos de las comunidades Kawésqar que se oponían a la instalación del proyecto de salmonicultura.
Los Kawésqar son originarios de la zona austral chilena. Hasta mediados del siglo XX eran nómadas, se movían en canoas por los canales de la Patagonia occidental hasta el Estrecho de Magallanes. Pero en los últimos siglos, debido a las enfermedades de los colonos y matanzas, el grupo ha ido reduciéndose. Hubo un tiempo que fueron exhibidos en exposiciones en Europa y Norteamérica en "zoológicos humanos", muchos caían enfermos e incluso morían. Se estima que actualmente son unas 3500 personas, organizados en 14 comunidades. Viven en el poblado de Puerto Edén y en las localidades de Punta Arenas y Puerto Natales, al sur del continente.
En la comuna de Puerto Natales vive Haydee, la dirigente de una de las comunidades Kawésqar que se opusieron a la instalación de la salmonera. Ella cuenta que, aunque la forma de vida cambió mucho, pues pocos ahora viven directamente de la pesca, el mar sigue siendo muy importante para el mantenimiento de su cultura. "El mar es como nuestra sangre, es nuestro ADN, nosotros vivíamos en el mar y del mar", recuerda Haydee.
Mirá también: Profesionales para el planeta: crecen en Latinoamérica las carreras universitarias con orientación ambiental
"Actualmente algunos siguen viviendo de la pesca, pero la mayoría termina trabajando para la industria salmonera, entonces la pelea es doble: contra la salmonera y también tratando de que nuestra gente entienda que si contaminan el mar no les quedará nada de lo que vivir el día de mañana", explica.
Leticia Caro es la referente de otra de las comunidades Kawésqar, Grupos familiares Nómades del Mar, se dedica a la pesca, siguiendo la tradición familiar y también es paramédica. Tanto ella como su padre han visto de primera mano cómo la salmonicultura impactó en la vida de los Kawésqar: afectó su soberanía alimentaria, su cultura y también trastoca sus rutas de navegación a causa de las balsas salmoneras que impiden su paso.
"Cada vez hay que ir más lejos a pescar porque en la cercanía ya no hay casi peces. También bancos naturales que existían antes, desde que se instalaron las balsas salmoneras no se puede ya sacar peces ni mariscos", cuenta.
El detonante para su familia fue cuando el gerente de una de las empresas le dio una palmadita en la espalda al padre y burlándose de él, le dijo: "Vas a terminar trabajando con nosotros". Caro cuenta que fue en ese preciso momento en el que el espíritu Kawésqar despertó: "Es una llama interna que habita dentro de la panza y que a veces cuando ocurren este tipo de sucesos comienza a encenderse para cambiar las cosas y hacer algo por nuestro legado y por recuperar nuestra memoria. Es ahí cuando comienza nuestra lucha por el territorio y por la dignidad Kawésqar".
"Mucha gente Kawésqar se dedican a la salmonicultura, esta situación ha provocado una fractura difícil de salvar", dice Caro. "Hay Kawésqar que están olvidando sus raíces, su cultura y sólo piensan en el progreso, en la cantidad de dinero que tienen, pero ese no es el espíritu de nuestro pueblo, los Kawésqar siempre navegaron con lo justo, nunca acumularon cosas, ni siquiera comida, eso rompe directamente la visión de un Kawésqar", cierra.
El cultivo de salmón un problema sanitario y ambiental
Chile es el segundo mayor productor de salmón del mundo, después de Noruega. Las diez empresas principales operan mayormente en la Patagonia austral, una de las zonas con mayor valor ecológico de América Latina y gran refugio de biodiversidad. Un negocio lucrativo que dejó sólo en 2018 US$ 5157 millones, según información del Banco Central de Chile. Greenpeace calcula que la producción anual de salmón ronda las 900,000 toneladas.
A pesar de las ganancias, la industria salmonera ha recibido numerosas críticas, especialmente después de algunos desastres sanitarios y ambientales que ocurrieron en el país. Uno de los que tuvo mayor resonancia fue el brote del virus ISA en 2007, producido por la sobrepoblación de salmones en los criaderos que provocó una de las peores crisis sanitarias de la industria chilena. No pasaron ni diez años cuando 9000 toneladas de salmones muertos fueron arrojadas al mar de Chiloé, lo que supuso la muerte de miles de peces. En 2018 hubo una fuga de 700.000 salmones de las jaulas de crianza, que según algunos expertos podría poner en peligro a ciertas especies nativas.
Además, algunos científicos han advertido sobre condiciones anaeróbicas en el agua, es decir, falta de oxígeno, lo que impide la vida de otros peces. El anaerobismo se produce a causa de la gran cantidad de materia orgánica -alimento no consumido y heces- que la industria salmonera descarga en el mar, al manejo inadecuado de los peces muertos y a la cantidad de peces cultivados por metro cuadrado, que supera la capacidad de carga de las aguas, explicaron desde AIDA.
Este problema terminó siendo reconocido por la Justicia chilena, que en uno de los fallos "asoció la producción industrial de salmón con el peligroso porcentaje de zonas con bajos niveles de oxígeno en los mares de la Patagonia chilena", explica AIDA.
Un precedente de lucha y victoria
"La lucha siempre ha sido desigual, ha sido muy desgastante porque somos comunidades empobrecidas, hemos tenido que aprender leyes, discursos que antes no sabíamos", cuenta la referente Leticia Caro.
Después de mucha pelea y con la ayuda de organizaciones como Greenpeace, AIDA y FIMA lograron que la Corte Suprema anulara el permiso ambiental que había sido dado a la empresa salmonera. La razón de este fallo a favor de la comunidad fue que la evaluación ambiental del proyecto no había tenido en cuenta a las comunidades locales.
"La importancia de esta victoria radica en que se pudo detener la instalación de un proyecto que está enmarcado en un proceso de convertir a la comuna de Puerto Natales en otra zona de sacrificio", evalúa el vocero de Greenpeace, Mauricio Ceballos.
Consultado sobre por qué se obtuvo una victoria legal sobre esta empresa en concreto, Ceballos dice a Carbono News que "tiene que ver con cómo ha avanzado la organización de la comunidad para poder confrontar los proyectos que les afectan. Hace años se evaluaban sin que la comunidad se enterara, solo se sabía cuando ya estaba autorizado y las obras ya habían comenzado, en esos casos es casi imposible pararlos".
"El fallo pone de relieve la importancia de quienes han habitado el territorio durante siglos, quienes son constantemente invisibilizados por la autoridad y por la legislación a la hora de decidir por los territorios en donde viven", afirma el vocero de Greenpeace. "Además sienta un precedente, el proceso de evaluación debe volver ahora a la fase en donde las comunidades que están siendo afectadas deberán ser consultadas y tendrán, esperamos protagonismo para decidir sobre su territorio", suma.
En esta dirección se expresa la abogada de AIDA, Florencia Ortúzar, involucrada en el caso. "La victoria legal que obtuvieron es muy importante porque se le da valor a la participación ciudadana cuando se toman decisiones de cómo se va a desarrollar un determinado territorio". Según Ortúzar es valioso porque el máximo tribunal de justicia del país sentó un precedente para aquellos que se dedican a litigar contra delitos ambientales. "Tenemos una palanca de la cual agarrarnos para enfrentar otros casos similares", dice.
"El fallo también reafirmó la obligación del Estado de respetar el proceso de consulta indígena y a cumplir con lo dispuesto en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, ratificado por Chile", suma.
Leticia Caro avisa que aunque la Corte Suprema chilena ya falló a su favor en otra ocasión, esta sentencia es especial porque es la primera vez que se reconoce el derecho de consulta de las comunidades. "Nosotros esperamos que la industria retire el proyecto, porque no vamos a parar ante el avance de la salmonicultura, vamos a seguir la lucha, lo que sí esperamos es que el gobierno tome de una vez conocimiento de la situación de los territorios en Chile y que haga el trabajo que estamos haciendo como comunidad", agrega.
Así termina un capítulo de esta historia que repercutirá también en la salud del océano. Esta idea también la sostiene la dirigente Kawésqar, Haydee. "Yo puse mi casa bien alta para poder ver el mar. Mientras tejo mi canasto respiro la esencia del pasado y mi alma sana. Es lo que yo pienso e intento enseñarle a mis hijos, que cuando la tierra se enferme del todo, sólo nos quedará el mar".