¡Silencio por favor!: cómo el ruido nos mata silenciosamente
Tanto la salud humana como la flora y fauna se ven seriamente afectadas por un tipo de contaminación que se escucha, pero del cual mucho no se habla.
Autos, camiones, aviones, trenes, motos con escapes libres, bocinas, obras públicas, martillos neumáticos, manifestantes ruidosos, gritos, electrodomésticos, propaladoras, música a todo volumen, cortadoras de pasto, fuegos artificiales, fábricas; la lista continúa y amenaza con ser interminable. El ruido nos rodea, omnipresente, especialmente en los grandes conglomerados urbanos y se ha convertido en una amenaza para la vida cotidiana.
Cuando pensamos en contaminación, lo hacemos por lo general, teniendo en mente la polución del aire, del agua o del suelo, pero existen otras fuentes de contaminación como la acústica, que perjudica a las personas y a la vida silvestre.
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La AEMA Agencia Europea para el Medio Ambiente (AEMA) presentó un informe con cifras estremecedoras: se calcula que al menos 113 millones de europeos se ven afectados por una exposición a largo plazo al ruido del tráfico diurno, vespertino y nocturno de, al menos, 55 decibeles; lo que provoca 12.000 muertes prematuras y contribuye a 48.000 nuevos casos de cardiopatía isquémica cada año en todo el continente.
Además de las consecuencias lógicas como la pérdida de audición ligada en casos extremos, por ejemplo, a la actividad industrial o a la escucha de música a un excesivo volumen, existe un impacto extra auditivo del ruido como estrés, fatiga, falta de concentración o problemas para dormir.
Los efectos sobre la calidad del sueño son sorprendentes. Dado que el oído no se apaga mientras dormimos, de hecho, es el único sentido que permanece alerta, los ruidos, incluso los más pequeños, pueden causar molestias que alteran nuestro metabolismo al modificar los ciclos del sueño y provocar enfermedades (esencialmente cardiovasculares, como hipertensión y cardiopatías) o bien agravar otras (como diabetes y obesidad).
Según el citado informe, las pérdidas económicas producidas por los daños que genera el ruido ambiente se estiman en alrededor de 155.000 millones de euros anuales. Estas son pérdidas económicas de alto costo social, provocadas por los gastos médicos asociados al tratamiento de las dolencias, al consumo de medicamentos, a la pérdida de rendimiento en trabajadores y estudiantes e, incluso, a pérdidas en el valor de propiedades vecinas a rutas, vías ferroviarias, escuelas, estadios, etc.
Según datos de la OMS, los efectos nocivos sobre la salud empiezan a producirse por encima de los 55 decibeles en los períodos diurno y vespertino y de los 50 decibeles durante el período nocturno, que son los umbrales notificados establecidos por la Directiva sobre el ruido ambiental de la UE.
La fauna y la flora también se ven afectadas
En un informe publicado en marzo de 2020 por Bruitparif, una organización ambiental sin fines de lucro, se enumeran los principales efectos nocivos del ruido de las actividades humanas para la biodiversidad.
Ya sea en la tierra, el aire o el agua, el ruido tiene un impacto negativo muy fuerte. La contaminación acústica puede provocar consecuencias en la salud y el comportamiento de animales de todo tipo: mamíferos, aves, anfibios, reptiles, insectos y peces, aumentando su estrés a niveles potencialmente mortales, disminuyendo su calidad de descanso y de las capacidades reproductivas, provocando el abandono de sus hábitats e, incluso, aumentando su sensibilidad ante determinadas enfermedades.
Por ejemplo, se ha comprobado que el ruido humano afecta a especies como ranas o aves cantoras -que tienen una capacidad de comunicación sonora muy desarrollada- limitando, entre otras cosas, el apareamiento.
En el mar, por las actividades industriales como la explotación de hidrocarburos offshore, y la instalación de aerogeneradores, los animales han visto dificultada su comunicación. La audición para ellos juega un papel fundamental: los océanos son por naturaleza muy oscuros y es través de los sonidos, principalmente, que los animales marinos encuentran su camino, perciben los peligros, se comunican para la búsqueda de alimento o para la preservación de los depredadores, para educar a sus crías, etc.
La contaminación acústica les quita una parte importante de sus puntos de referencia. Esto es, por ejemplo, lo que explica el aumento de la cantidad de ballenas varadas en las playas.
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Y, aunque las plantas no tengan oídos, también se ven afectadas. Si bien no de forma directa, sucede cuando los animales que interactúan con la flora sufren modificaciones en sus comportamientos como respuesta a los ruidos. Numerosos animales e insectos brindan un servicio ecológico, facilitando la polinización y la dispersión de las semillas.
Científicos estadounidenses de Nuevo México estudiaron árboles expuestos a niveles elevados de ruido artificial durante 15 años. Según el estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B, descubrieron una reducción de un 75% en los nuevos brotes de pinos piñoneros en las zonas ruidosas comparadas con zonas calmas. Seguidamente, detectaron que en los lugares donde se había restablecido el silencio, seguían declinando los nuevos brotes, ya que las diferentes especies continuaban renuentes a volver a poblar las zonas abandonadas por el ruido y la desaparición de las causas no implicaba, necesariamente, la reversión del problema.
¿Cómo se miden los niveles de ruido?
Si se habla de ruido o de sonido, la unidad de medida que se utiliza por lo general es el decibel o decibelio. Si alguna vez pasaste mucho tiempo en un lugar con una alta exposición al ruido, puede que tus oídos hayan quedado afectados y que escucharas un zumbido o pitido una vez que el ruido cesó.
Hay muchos factores que influyen en la intensidad con la que se percibe el sonido, como la duración, la frecuencia, el tono o el entorno. Por eso es muy importante conocer la escala con la que se mide. Cuando la fuente que origina el sonido se aleja, este va perdiendo intensidad, por lo que además es importante determinar la distancia a la que se mide.
Los decibeles son singulares porque no se parecen a otras unidades o escalas de medición que conocemos. Si medimos con una regla, en centímetros, la medición es lineal; la escala de decibelios, por el contrario, es logarítmica. Va un ejemplo: Si observamos un edificio de 80 metros de altura es casi lo mismo que observar uno de 90 metros ya que su altura varió sólo en un 12,5%, diferencia casi imperceptible a nuestra vista. Lo mismo pasaría con la variación de peso entre un elemento de 800 gramos y uno de 900. Pero si escuchamos un sonido de 80 dB de intensidad, el resultado de sumarle 10 dB sería otro 10 veces más intenso y se percibiría, al menos, como el doble de fuerte en nuestros oídos.
Para medir los decibelios, se utilizan aparatos llamados sonómetros, capaces de captar la presión sonora de manera bastante exacta (incluso hay aplicaciones para teléfonos móviles).
Por todo lo explicado, a la hora de evaluar el ruido, se utiliza una escala subjetiva de percepción del oído humano. Veamos la siguiente tabla y tomemos como referencia el sonido producido por una licuadora (70 dB) para medir sus efectos:
A pesar de los inmensos daños que provoca la contaminación sonora, existe poca legislación para controlarla y las medidas que se toman resultan más que insuficientes, en especial en los países subdesarrollados.
Sería hora de que como sociedad comencemos a reclamar la acción de las autoridades y propongamos una discusión seria. La contaminación acústica no se percibe fundamentalmente porque no muchos se quejan. Mientras tanto, podríamos comenzar a tomar conciencia de la que nosotros mismos producimos, controlando los escapes de nuestros vehículos o bien reemplazándolos por bici y caminata, evitando ruidos innecesarios como portazos o taconeos, bajando el volumen de nuestra voz o de la música que escuchamos, respetando los horarios de descanso en nuestros barrios o edificios y aislando nuestros hogares no solo térmica sino también acústicamente.