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Salmonicultura

Maldesarrollo y salmones: qué hay detrás de la prohibición en Tierra del Fuego

Por Enrique Viale, abogado ambientalista.

Abogado (UBA) especializado en Derecho Ambiental. En 2004, fundó la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas. Es miembro del Tribunal Ético por los Derechos de la Naturaleza y del Comité Ejecutivo de la Global Alliance for the Rights of Nature

Por Enrique Viale, abogado ambientalista. 

Las diferencias entre el ministro de Ambiente, Juan Cabandié, y el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, ya se puede ver en las redes sociales. Los últimos tuits -de uno y otro- sobre la problemática de la salmonicultura en Tierra del Fuego, exactamente en sentido contrario, son solo una pequeña muestra de la enorme diferencia de criterios entre ambos ministros en cuanto a la crisis climática y ecológica que afecta al mundo.

Kulfas y su equipo, negacionistas de la crisis ecológica y climática, disfrazan en largos artículos en revistas progresistas e hilos en Tuiter (con mucho gráfico, para aparentar solidez) la evidente aversión que tienen por la organización popular en defensa de sus territorios. Así, repiten ciegamente "Green New Deal", "sostenibilidad", y piden "regulaciones" (que no realizan actualmente) intentando retroceder a debates resueltos hace más de 30 años.

Pretenden vincular el "subdesarrollo" de Argentina con políticas de protección ambiental, cuando es exactamente al revés: son los modelos de (mal) desarrollo, que nos imponen colonialmente, los que mantienen a más de la mitad de los pibes bajo el nivel de pobreza. Es la historia de América Latina desde la conquista, donde los mapas de la exclusión coinciden con los de la degradación ambiental y el saqueo.

La historia

Retomemos la historia de la salmonicultura industrial en Tierra del Fuego. Vayamos a sus orígenes. En el año 2018, en el marco del encuentro en nuestro país del expresidente Mauricio Macri con los reyes de Noruega, Sonia y Harald V, el entonces ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere y el Reino de Noruega firmaron un convenio para promover la salmonicultura en Argentina. El lugar apuntado fue Tierra del Fuego, más precisamente el canal de Beagle. Esto encendió todas las alarmas de los investigadores y organizaciones de la provincia, que iniciaron una campaña para instalar el tema en la agenda pública. La lucha se compartió con pares de Chile, con el rol protagónico de la comunidad indígena Yagán.

La prohibición de la ley de salmonicultura no es total porque la norma sigue permitiendo "actividades de cultivo para el repoblamiento" y reconocerá "los proyectos existentes de acuicultura" (Foto: José Miguel Cardenas / Greenpeace)

Durante tres intensos años, las organizaciones fueguinas activaron, se reunieron, se informaron con expertos, difundieron y lograron, con un gran apoyo popular, que la Legislatura de la Provincia, por unanimidad, protegiera el mar y aguas provinciales.

La ley sancionada tiene como objeto la "protección, preservación y resguardo de los recursos naturales, los recursos genéticos y los ecosistemas lacustres y marinos" de Tierra del Fuego y prohíbe "el cultivo y producción de salmónidos en aguas jurisdiccionales de la provincia". Sin embargo la prohibición no es total, porque la norma sigue permitiendo "actividades de cultivo para el repoblamiento" y reconocerá "los proyectos existentes de acuicultura". Los sistemas de cría de salmones denominados RAS (por su sigla en inglés "Sistemas de Recirculación para Acuicultura", ubicados en tierra firme y en circuitos cerrados) tampoco están prohibidos por la nueva ley.

Impacto ambiental irreversible

El cultivo intensivo de salmónidos en el mar, a gran escala, tiene un enorme impacto ambiental por varias razones, pero fundamentalmente por tratarse de una especie exótica. En consecuencia, la situación de Argentina es muy diferentes a la de las regiones donde las especies son nativas, como Noruega, Reino Unido o Dinamarca, mal puestos como ejemplos para nuestras aguas marítimas o lacustres.

El cultivo intensivo de salmónidos en el mar, a gran escala, tiene un enorme impacto ambiental (Foto: Martin Katz / Greenpeace)

En efecto, los salmones son una especie exótica en mares de Argentina y Chile. Al no ser una especie que habite allí de manera natural, la cantidad de químicos y antibióticos necesarios para su producción, además de tener un gran efecto en el ecosistema, hacen imposible que esta actividad se realice sin un enorme e incontrolable impacto ambiental.

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Es decir que no se trata de una cuestión de mayores regulaciones, como ingenua o maliciosamente se quiso instalar, sino que la actividad, en nuestros mares, es inherentemente muy contaminante.

Según el Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, los principales problemas ambientales documentados y asociados a esta actividad son:

  • el escape de salmónidos desde las jaulas de cultivo al ambiente natural -que implica la introducción de especies exóticas-; 
  • el abuso de antibióticos, antiparasitarios y otras sustancias químicas; 
  • la introducción y propagación de enfermedades y de sus agentes causales, 
  • la acumulación de residuos sólidos y líquidos en el fondo marino -derivados de los alimentos no consumidos, fecas y mortalidad de los salmónidos-; 
  • la enorme cantidad desechos contaminantes, entre muchos otros.

Estos no son hechos aislados ni accidentes. Son características propias de un modelo de producción.

Tampoco es negocio

Como señala la investigadora de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Nancy Fernández, el desarrollo de esta actividad en el sur chileno modificó sustancialmente la forma de vida en los territorios: vació los campos para llenar las ciudades; convirtió a campesinos, pescadores y recolectores de mariscos en obreros asalariados; y modificó las dinámicas intercomunitarias. Transformó la manera de vivir sin que sus protagonistas tuvieran otra opción.

También es muy sencillo rebatir los argumentos sobre el progreso regional que estos emprendimientos prometen. En Chile, segundo productor de salmones a nivel mundial, la Región de los Lagos -una de las principales zonas salmoneras del país, que concentra la fase productiva de procesamiento, que genera el 90% de los ingresos de la industria- está entre la segunda y tercera región con mayor pobreza multidimensional del país y se ha mantenido persistente por sobre el promedio de pobreza a nivel nacional, lo cual desmiente la teoría respecto a que mayores divisas del sector salmonicultura se traducen en un desarrollo económico para las regiones productoras.

Asimismo, dentro del examen económico, la problemática de las especies exóticas invasoras es una gran preocupación global, ya que son la segunda causa de pérdida de biodiversidad a nivel mundial pero, además, porque generan importantes pérdidas económicas asociadas a daños en los sistemas productivos y costos de control.

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Según un estudio de la Asociación Argentina de Económica Política, se calcula un costo de al menos 3300 millones de dólares anuales asociado a las especies exóticas introducidas en el país, lo que equivale al 0.63% del PBI para el mismo período.

Pero además, en Ushuaia, la salmonicultura competiría, por espacio y utilización del mar, con una de las principales actividades económicas de la provincia: el Turismo, lo que las hace incompatibles. Sin contar lo que significaría para la actividad turística un eventual (pero muy probable) desastre ambiental, como ha ocurrido tantas veces en Chile.

Es decir que el pueblo de Tierra del Fuego, de forma unánime a través de sus representantes legislativos, decidió, no solo proteger el mar, aguas y ecosistemas de la provincia sino, fundamentalmente, proteger su economía y su forma de vida.

Ola ecosocial

Por último, la liviandad con la que se habló sobre esta problemática desde la Ciudad de Buenos Aires, tanto de sectores del periodismo como de funcionarios, puso en urgencia la necesidad que se comprenda la verdadera centralidad de la variable ecológica en el marco de la crisis sanitaria y ecológica que vivimos.

Debe comprenderse que así como hay una marea verde, imparable, de mujeres que avanzan y conquistan derechos, ahora hay una ola gigante ecosocial, también imposible de parar. Más bien, son oleajes del mismo mar.

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