¿Existe el manual para ser un buen activista?
Para celebrar el cumpleaños de Greta Thunberg, volvemos a publicar esta nota sobre activismo. La preocupación por el cambio climático es suficiente para empezar a generar conciencia, pero ¿cómo transmitimos a la sociedad los mensajes de alerta?
"Todos somos responsables", "La humanidad es lo peor que hay" y "Nos merecemos lo que está pasando" son algunas de las frases más absurdas que se escuchan hoy en día sobre el cambio climático.
Sin embargo, lejos de ser banales, son peligrosas por las mentiras que acarrean. Recientemente, un fallo judicial obligó a Shell a que reduzca en un 45% las emisiones de CO2 para 2030 por considerar que la empresa es una de las mayores responsables del calentamiento del planeta. Este gigante del sector petrolífero ya sabía que emitía millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera y, por lo tanto, que perjudicaba al mundo. Pero su ambición de dinero y poder fue más grande y no le importó.
No es un caso aislado: el 1% más rico del planeta emite el doble de dióxido de carbono que la mitad más pobre. Esto significa que el 10% con más dinero de la población mundial fue responsable del 52% de las emisiones acumuladas.
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Por todas estas razones, ¿hay necesidad de pelearnos para ver quién es más amigable con el ambiente? Por momentos, parece haber una grieta absurda en torno al "ambientalismo" entre los que califican a las luchas sociales como "ambientalismo bobo" y los que no te perdonan por no ser absolutamente "ecofriendly".
La primera postura es la más dañina y la más cruel. No cuenta con datos que la respalden y vende la vida de las personas por las migajas de regalías monetarias que ofrecen las empresas multinacionales a cambio de explotar montañas y llevarse todos los bienes naturales. Es pura desinformación y falta de soberanía.
A la segunda, por el contrario, le sobran datos, información, militancia. Sabe tanto que a muchas personas les cuesta entenderla, se sienten ajenas a sus postulados y ven el cambio como algo imposible de cumplir de un día para otro, incluso en años.
Quizás, a pesar de todas las complejidades, podríamos establecer dos grandes grupos: los que contaminan y sus aliados (periodistas, gobiernos, etc) y los que creen en un mundo mejor.
Un mundo mejor, ¿un mundo ideal?
La manera de concebir al mundo es distinta para cada cultura, cada comunidad y hasta cada persona. Señalar, criticar o juzgar comportamientos sin entender las cosmovisiones no parece ser el camino para ser "ecofriendly".
Hay muchas cosas que cada persona puede hacer por el ambiente: tener una huerta, compostar, usar productos naturales, comprar ropa vintage u orgánica, ahorrar en el consumo de energía y agua, y más.
Sin embargo, no todos tienen las mismas posibilidades monetarias ni personales de emprender este camino de un día para el otro. Además, ¿sería sano y posible aprender todo de una vez? Claramente, no.
En el camino hacia la sostenibilidad, existen cambios necesarios y urgentes como conseguir la soberanía alimentaria por medio de la producción agroecológica y cambiar la matriz energética fósil por una renovable. Pero esto no se puede conseguir de manera individual. Mientras tanto, hay que lidiar con las pujas de poder políticas y empresariales que, no obstante, cada vez toman más conciencia de la importancia de esta transformación -aunque más no sea para que sus negocios funcionen a largo plazo.
Con empatía, mejor
Para apostar por un cambio sostenible son necesarias las evidencias científicas y las experiencias de las comunidades. La empatía será la que nos empuje a explicar y testimoniar desde el afecto sobre las causas de urgente solución para el planeta y la humanidad.
De esta manera, es más fácil transmitir la importancia de la llamada "vuelta a lo natural". Por ejemplo, si hablamos de alimentos contaminados con agrotóxicos, también sería bueno nombrar las soluciones, como comprar los bolsones agroecológicos y contarla propuesta del "otro campo" que produce alimentos sanos.
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Y, por supuesto, la felicidad y la alegría forma parte de todo este proceso, ¡no es un sacrificio!. Por el contrario, es un mimo y una manera de vivir mejor. ¿No es hermoso ver crecer las semillas que plantaste?, ¿no es increíble que los residuos orgánicos con ayuda de unas lombrices se conviertan en suelo que nutre a la tierra?, ¿ro es reconfortante saber que gracias al compostaje se disminuye la cantidad de "basura" y hay menos personas sufriendo enfermedades por vivir cerca de un vertedero que, en realidad, no tendría que existir?
Es imprescindible entender que no hay ambiente sano sin derechos humanos. Y que no se puede hablar de pobreza, sin hablar de la degradación de los ecosistemas. Una parte muy relevante de los tratados internacionales sobre la crisis climática plantea que hay "responsabilidades comunes, pero diferenciadas" en este desastre, y que las personas con menos poder adquisitivo y menor responsabilidad son las más afectadas por el cambio climático. ¿Hay, entonces, necesidad de un "ambientómetro" entre las personas activistas? Las contradicciones son inevitables.
Creo que la única crítica válida es la que determina quiénes solo quieren la sostenibilidad de sus negocios y quiénes quieren un mundo más justo para todas las personas. Una diferencia que excede al ambientalismo porque forma parte de la moral de cada persona, en cualquier ámbito de la vida. No tengo dudas de que si las personas tomaran dimensión del desastre socioambiental en los territorios, muy pocas serían capaces de no sentir empatía. Creo que hay más ambientalistas por conocer que falsos ambientalistas. Tengo esperanza.
Si volvemos a las frases repetidas hay una que dice que la Naturaleza es sabia. Esta me gusta, tiene sentido. Quizás, haya tantas soluciones posibles para este caos, como la biodiversidad en la Tierra.