Política
Covid-19

La rivalidad entre Estados Unidos y China en tiempos de pandemia

Bajo la necesidad de supervivencia electoral, la Casa Blanca centró su campaña política en la amenaza de China, buscando desviar la atención pública lejos de su propia incompetencia.

Analista y consultor experto en relaciones internacionales

En el ámbito de las relaciones internacionales, la pandemia del coronavirus no ha producido cambios significativos, sobre todo en la siempre prevaleciente lucha por el poder. Sí ha profundizado tendencias preexistentes, principalmente la rivalidad entre los Estados Unidos y China. Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha hecho del gigante asiático el blanco preferido de su artillería pesada, acusándolo de aprovecharse de los Estados Unidos en materia comercial. Esto explica por qué durante los últimos dos años se embarcó en una guerra de represalias mutuas con China, cuya tregua había sido sellada a comienzos de 2020. Sin embargo, el impasse rápidamente evidenció sus límites bajo la pandemia, sobre todo a medida que la crisis sanitaria en los Estados Unidos se fue agudizando, poniendo en riesgo la reelección de Trump.

Bajo la necesidad de supervivencia electoral, la Casa Blanca puso en marcha su campaña política centrada en la amenaza de China, buscando desviar la atención pública lejos de su propia incompetencia. Aprovechando el reclamo internacional hacia Pekín por la falta de transparencia en su manejo del nuevo coronavirus, Trump arremete duramente contra la Organización Mundial de la Salud (OMS), acusándola de complicidad con Pekín en el ocultamiento de información. Esta estrategia fue eficaz al comienzo porque puso bajo escrutinio internacional la manera en que la naturaleza autoritaria del régimen chino podría haber obstaculizado una respuesta más temprana ante la pandemia. Por entonces, China aún se rehusaba a compartir información con la OMS, a la vez que limitaba las visitas de expertos internacionales a Wuhan. Con el paso de los meses se supo que el secretismo del gobierno chino pudo haber contribuido a la propagación del virus. Esto sugiere la responsabilidad que aún recae sobre Pekín de aclarar ante el mundo su manejo de la crisis en la fase inicial. Sin embargo, ello no amerita incriminar a la OMS en los términos que postula la administración Trump sobre un supuesto complot con China. Resulta claro que, a fin de lograr mayor acceso a información clave a través de visitas de expertos internacionales, la OMS evitó exponer a China con miras a lograr su consentimiento. El ambiguo juego de equilibrio entre la OMS y Pekín le permitió a Trump incorporar a su retórica de campaña la idea de que China constituía una amenaza al orden global.

Simultáneamente, la prensa norteamericana revelaba que el Secretario de Estado Mike Pompeo y el Sub-Consejero de Seguridad Nacional, Matthew Pottinger, presionaban a los servicios de inteligencia para producir evidencia sobre la fabricación del coronavirus en los laboratorios del Instituto de Virología de Wuhan. En un sorprendente revés político para Trump, la comunidad de inteligencia emitió un comunicado en el que se sumaba al consenso científico global sobre el origen animal del virus, desacreditando así la teoría conspirativa de la Casa Blanca.

A falta de apoyo institucional interno, Trump apeló a uno de sus más preciados caballos de batalla en su eterna disputa con medios críticos de su gestión: las noticias falsas. La operación de la Casa Blanca se basó en información dispersa, aunque no necesariamente falsa, cuya particular reconstrucción apuntaba a una interpretación unívoca: la culpabilidad de China. Para ello recurrió a una fuente externa, el periódico australiano The Daily Telegraph. Éste reportaba en mayo haber tenido acceso a un informe que probaba que el coronavirus había sido creado en un laboratorio chino. Es en este punto donde entra en escena el canal Fox News, una suerte de apéndice de la Oficina de Prensa de la Casa Blanca, el cual rápidamente se hizo eco de la noticia. Un dato interesante es que tanto The Daily Telegraph como Fox News pertenecen al mismo conglomerado de medios del magnate y amigo de Trump, Rupert Murdoch. La pobreza analítica del informe hizo que el gobierno australiano sospechara sobre una posible intervención externa en la prensa nacional para apuntalar la teoría del laboratorio chino. La investigación al respecto condujo a las autoridades hasta la embajada norteamericana en Canberra. Para sorpresa y enojo del gobierno australiano, se conoció públicamente que el informe había sido elaborado y distribuido por el Departamento de Estado norteamericano.

Si bien la rivalidad entre Washington y Pekín precede la pandemia mundial, ésta ha galvanizado el conflicto entre ambas potencias como epicentro del orden global contemporáneo. El efecto más saliente de la ofensiva de Trump contra China es que parece haber acelerado los tiempos políticos del gigante asiático. Es como si hubiese disparado una necesidad por recomponer no sólo su imagen internacional, sino más importante aún, su rol en el orden global. Síntoma de ello es la manera en que la calculada prudencia estratégica de Pekín parece estar siendo reemplazada por un enfoque mucho más asertivo y desafiante del status quo internacional.

Es en esta lógica que se inscriben acciones tales como la imposición de una zona de defensa militar en el Mar Oriental de China donde subsisten disputas con países vecinos; o la utilización de su cuerpo diplomático en una cruzada global para instalar una nueva narrativa sobre la pandemia y defender, a capa y espada, la respuesta del gobierno. Su impronta en las redes sociales ha despertado la atención por el tono belicoso con el que desafían a quienes cuestionan la versión de los hechos según Pekín. Tal es el caso de miles de cuentas falsas o pirateadas que de manera sugestiva coinciden en la crítica al manejo de la pandemia por parte de Trump, al movimiento pro-democrático de Hong Kong y al magnate chino exiliado y opositor del régimen, Guo Wengui.

En esta suerte de reflejo darwiniano para adaptarse al nuevo contexto, China parece decidida a expandir su rol en la construcción del orden global, algo que no parece contemplar la cooperación con Washington. Los asesores de campaña de Trump lejos están de poder advertir su cuota de responsabilidad en la aceleración de la maduración de China como alternativa al liderazgo norteamericano. La miopía electoral de Trump puso en evidencia su amateurismo en materia de política internacional, al subordinar la relación con China a sus más inmediatas necesidades electorales. Esto no ha hecho otra cosa más que afianzar un juego de suma cero vis-à-vis Pekín. El problema es que, al mismo tiempo, Trump ha debilitado el liderazgo de los Estados Unidos en el sistema de gobernanza global. Parte de ese liderazgo ha sido la capacidad de promover bienes públicos globales a cambio de la adhesión de otros Estados a un sistema de gobernanza mayormente alineado con su interés nacional. La fallida coordinación internacional ante el COVID-19 habla a las claras del vacío de liderazgo que está dejando Washington.

La retracción de los Estados Unidos del sistema multilateral, sumado a la creciente rivalidad promovida por Trump, interpelan a China sobre la conveniencia de avanzar en la construcción de un rol de liderazgo global que hoy parece estar más vacante que nunca. Ahora bien, para ello China debe confrontar un desafío existencial: si en la búsqueda de legitimidad ante la comunidad internacional, estará dispuesta a ejercer su poder conforme las instituciones que definen el orden liberal global, es decir, la democracia, el Estado de Derecho y el libre mercado.

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